El MUÑECO COMO OBJETO siempre ha acompañado a la humanidad. No obstante, como producto social, cultural e histórico el muñeco responde a diversas intenciones, tanto en la dimensión colectiva como en la dimensión individual de los hombres y mujeres: instaurándose como objeto ritual o mágico, objeto decorativo o lúdico. Deambulando así, entre los espacios sagrados y los espacios profanos y cotidianos.
Todo muñeco antropomorfo -aquel que se apropia de las formas y la apariencia del cuerpo humano- es resultado de un acto creativo y se debe en principio a la facultad que tenemos de personificar: así somos capaces de representar seres reales o imaginarios y dotarles de características y cualidades particulares. De manera que, cada muñeco es y existe porque somos capaces de imprimirles aspectos de nuestras dimensiones estética, simbólica, emocional y psicológica. Por ello existen muñecos bellos, muñecos tiernos, negros, blancos, chinos, sombríos, muñecos mutilados, tristes, alegres, fríos o simplemente muñecos terroríficos. Y de hecho, todas las especificidades del género humano, sus roles, condiciones y razas son susceptibles de ser representadas en las formas del muñeco. En última instancia, todo dependerá de las intenciones y posibilidades concretas de realización de los hacedores y hacedoras de muñecos.
En el mundo contemporáneo el muñeco artesanal y/o artístico cobra significativa importancia al distanciarse de los objetos industriales, que por su serialización parecieran deshumanizarse. Y no hay dudas, en la actualidad el oficio de confeccionar muñecos manualmente es un compromiso asumido por pocos. Lo cierto es que en torno a cada muñeco hecho a mano se esconden y entretejen historias que develan las dimensiones íntimas de sus creadores, actuando como objetos que canalizan y proyectan al exterior aspectos esenciales de su personalidades, acercándonos a sus sueños y su visión del mundo. Y por qué no, un muñeco puede reflejar el deseo de procrear seres ejemplares o modelos para la asimilación de otras humanidades...
Todo muñeco antropomorfo -aquel que se apropia de las formas y la apariencia del cuerpo humano- es resultado de un acto creativo y se debe en principio a la facultad que tenemos de personificar: así somos capaces de representar seres reales o imaginarios y dotarles de características y cualidades particulares. De manera que, cada muñeco es y existe porque somos capaces de imprimirles aspectos de nuestras dimensiones estética, simbólica, emocional y psicológica. Por ello existen muñecos bellos, muñecos tiernos, negros, blancos, chinos, sombríos, muñecos mutilados, tristes, alegres, fríos o simplemente muñecos terroríficos. Y de hecho, todas las especificidades del género humano, sus roles, condiciones y razas son susceptibles de ser representadas en las formas del muñeco. En última instancia, todo dependerá de las intenciones y posibilidades concretas de realización de los hacedores y hacedoras de muñecos.
En el mundo contemporáneo el muñeco artesanal y/o artístico cobra significativa importancia al distanciarse de los objetos industriales, que por su serialización parecieran deshumanizarse. Y no hay dudas, en la actualidad el oficio de confeccionar muñecos manualmente es un compromiso asumido por pocos. Lo cierto es que en torno a cada muñeco hecho a mano se esconden y entretejen historias que develan las dimensiones íntimas de sus creadores, actuando como objetos que canalizan y proyectan al exterior aspectos esenciales de su personalidades, acercándonos a sus sueños y su visión del mundo. Y por qué no, un muñeco puede reflejar el deseo de procrear seres ejemplares o modelos para la asimilación de otras humanidades...
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